¿Tu hij@ se conoce?

¿Tu hij@ se conoce?

¿Te has planteado alguna vez si tu hij@ se conoce a sí mism@?

Vaya pregunta, no es ninguna tontería. Puede que nos parezca simple y pensemos que sí, ¿cómo no podría ser de otra forma? O bien puede ser que nos demos cuenta de que nosotros mismos hemos comenzado a conocernos bien entrada la edad adulta y que nuestr@ hij@ probablemente piense que conocerse significa saberse su nombre.

Es en la familia donde comienza el desarrollo del individuo, el eje primario donde la educación y socialización empiezan a tener lugar. En los primeros años de vida, los primeros aprendizajes y experiencias ocurren dentro del seno familiar, y es por ello sumamente importante favorecer y promover vínculos fuertes y positivos, no solo entre los adultos que la componen sino también entre estos con los más pequeños.

Es a través de estos vínculos que comienzan a desarrollarse los procesos de la construcción de la identidad personal. Los padres y mayores que convivimos con el niño diariamente debemos ayudarle a conocerse, a descubrir quién es, a través del juego y la curiosidad, descubriéndole no solo el mundo exterior sino también qué le gusta, qué no, sus habilidades y sus potencialidades. De esta manera, estaremos favoreciendo la construcción de una identidad sana desde la infancia sana y ello es, sin duda, predictor de una vida adulta satisfactoria y plena.

Lo complicado de este proceso es que no sirven los estándares, puesto que cada hijo, como ser humano, es único. Y, al no haber estándares, ¿cómo sabemos qué hacer para favorecer este crecimiento óptimo? A veces es más sencillo de lo que creemos: se trata de aprovechar cada uno de los momentos cotidianos e interacciones diarias, esos encuentros que a veces se nos pasan desapercibidos, cargados siempre como estamos de responsabilidades. Los padres educamos en el día a día, y más que con la palabra, con el ejemplo; y es esto que debemos procurar bien a nuestros hijos, el ejemplo. A veces, la mejor educación se recibe en los momentos más sencillos y amorosos.

Es importante, además, que los padres no caigan en expectativas propias de cómo quieren que sean sus hijos, o que pretendan que ellos realicen las frustraciones que no pudieron cumplir. En este proceso de construcción de la identidad propia, el papel que juega el adulto modelo (los padres, en este caso, o cualquier adulto de referencia diaria para el niño) es crucial para eliminar estereotipos que coartan la libertad del niño. ¿Cómo «debe» ser un hijo? Libre. La respuesta es libre. Libre para explorar el mundo (aunque ese mundo sea únicamente tirarse a la piscina de arena del parque) y ver dónde llegan sus potencialidades. Para ello, la apertura de mente de los progenitores para no caer en esas expectativas de las que hablábamos antes es fundamental, puesto que las ideas preconcebidas que se adquieren socialmente entorpecen en gran medida no solo el desarrollo de la personalidad del niño sino también la propia acción parental. Si nos deshacemos de esas ideas pre-cocinadas y nos nutrimos de buen ejemplo, podremos enseñarles que uno puede sobrellevar las dificultades estando seguro de sí mismo.

Somos los adultos quienes ayudamos a los niños a conocer las características que le definen, aunque más tarde en la adolescencia o en la juventud cambien, decidan no ser más así o se den cuenta de que son características atribuidas que ya no les corresponden (a todos nos ha pasado, es parte de la vida). Pero en esta primera infancia, somos los adultos quienes condicionamos el autoconcepto del niño a través de actitudes que tomamos con respecto a él y de palabras que decimos como «qué X eres», de manera que la idea que el niño comienza a formar de sí mismo sobre quién es y cómo es se ve tremendamente influenciada por ese condicionamiento del adulto. ¿No sería vital, pues, que lo hagamos de manera serena, equilibrada y con cariño? Si queremos que nuestro hijo crezca en autoestima, somos los primeros que debemos cuidársela.

Cuando a un niño se le pregunta «¿Tú, quién eres?» su respuesta más inmediata se construye en relación a tres pilares: “me siento querido”, “pertenezco a una familia” y “soy autónomo”. Estos tres pilares nos dan la respuesta para saber cómo pueden los padres ayudar a que sus hijos se conozcan mejor. ¿Cómo? Lo vemos.

En primer lugar, debemos partir de la premisa de que a un hijo se le quiere por lo que es, no por lo que hace. No dejamos de quererle porque haga algo mal en un momento dado, ni le queremos más porque haga algo estupendamente.

En segundo lugar, debemos hacer notar las cualidades de nuestros hijos, no ensalzarlas en exceso sino haciéndoles saber lo que hacen bien, sus fortalezas. Esto debe hacerse en un clima de normalidad, de manera que aprendan a ver sus logros y aspectos positivos con naturalidad. De ello va de la mano el siguiente consejo: no debemos elogiarle ni criticarle negativamente en exceso. Hablar siempre en positivo, de manera que partamos de lo que hace bien para comentarle lo que debe mejorar, sin caer en etiquetas del tipo «eres malo, mira lo que has hecho». Un hijo no es malo porque haga algo mal. Ha hecho algo mal y hay que corregirlo. Son conceptos diferentes.

Y, por último, sobre el tercer eje de autonomía, es imprescindible que les demos responsabilidades adecuadas a su madurez. Quizás no pueda ir a la calle solo pero puede ayudar a fregar los platos, a cada cual su quehacer.

Y ahora, ¿qué vas a hacer para ayudar a tu hij@ a conocerse?

Referencia: IDENTITAS

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